Una pequeña gran historia real de amor, cariño y comprensión:
Lucía se dió cuenta que su pequeño era diferente, no necesitó la ayuda de ningún profesional para saberlo: Su carita, la forma rasgada de sus ojitos fue más que suficiente. Además, nació muy enfermito, con un tumor en el tórax y con un peso muy escaso. Los médicos le dieron pocas esperanzas de que el niño sobreviviera a la operación.
La familia reaccionó con cierto alivio. Una hermana de su esposo se atrevió a decir: “Quizá sea lo mejor para el niño y para vosotros; puede que no convenga siquiera que lo operen, al fin es un angelito. Lo mejor es que se vaya…”. También hubieron otras opiniones más prácticas: “Estas criaturas necesitan muchos cuidados, doctores y tratamientos… Lo mejor es que se vaya…”. Aunque con diferentes palabras, en la mente de todos se veía la muerte del bebé como una liberación. Les alentaba la esperanza de que no viviera: “ Eso sería lo mejor para todos”.
Lucía estaba furiosa, con deseos de que se fueran todas las visitas y la dejaran tranquila. Jaime (su marido), no alzaba la vista del suelo. ¿Porqué les había sucedido eso, si eran jóvenes y sanos?
Antes de que se llevaran al pequeño a operar, en su interior, Lucía se decía: “Eres importante para mi, ¡yo, sí te quiero!, ¡no te mueras!”… Llegó incluso a imaginar que quizá con la operación el niño recuperaría la normalidad. ¿Y si sólo se trataba de una equivocación?…
El pequeño Luca, sobrevivió. Los primeros días en casa, fueron terribles, el bebé necesitaba muchos cuidados. No sabía succionar, alimentado con un gotero. Lucía estaba agotada, con una gran opresión en el pecho, se preguntaba una y otra vez ¿Por qué. Por qué?… El único consuelo lo recibió de su madre, una mujer sencilla, afable, con gran sentido de la realidad: “ Mira, así vienen las cosas, hay que tomarlas como son. A este niño lo vamos a querer mucho, no todo lo bueno con lo que se viene a la vida es la inteligencia. Él tiene sus cualidades y va a aportar lo suyo a la familia, ya verás. Pero hay que aceptarlo como es.” Lucía sintió por primera vez, como un rayo de luz iluminaba su alma, su corazón.
Luca, necesitaba tratamiento para desarrollarse lo mejor posible, tenía síndrome de down. Pero sobre todas las cosas, el tratamiento más efectivo era el del cariño. Necesitaba cariño, mucho cariño.
Así fué como empezó un largo camino, y es que la educación especial requiere mucha paciencia y dedicación. A veces, hay que luchar con las personas de la familia que rechazan al niño y lo hacen objeto de compasión; ellos ven con una cierta dosis de resentimiento que otros niños, los normales, las cosas parecen irles mejor, sin embargo, cuando Luca alcanza un logro, eso les llena de satisfacción…¡Qué alegría cuando consiguió comer sólo o balbucear sus primeras palabras!… Además es un niño feliz, todo en él son sonrisas, amor, amabilidad… es un niño diferente….
Para Lucía, la discapacidad de Luca no impedía que su vida tuviera sentido, la belleza de su alma pura y transparente hacía que su luz interior brillase más junto a sus seres queridos…
Dedicado para todos los niños discapacitados, sus familiares, amigos y educadores.
3 de Diciembre: Día Internacional de las Personas con Discapacidad